(contra)memorias, por mario rabey


más de cuarenta años de construcción cultural de la Civilización, contra una Civilización que destruye y se destruye


contracultura es la reacción de las culturas

Otras historias

32. Enseñando antropología en la Universidad Nacional de Jujuy

31. Investigación y Desarrollo de Tecnología Apropiada


El CONICET me había aprobado -para mi incorporación a su Carrera del Investigador Científico y Tecnológico-, un proyecto denominado PIDTA, o Proyecto de Investigación y Desarrollo de Tecnología Apropiada (Merlino y Rabey 1982).

En ese Proyecto, relacionado con el que dirigía entonces Amílcar Herrera en la Universidad de Naciones Unidas, nos proponíamos rescatar tecnologías tradicionales del campesinado indígena andino, combinándolas con tecnologías occidentales, a través de un proceso de experimentos locales, destinados a generar nuevas tecnologías apropiadas y a contrastar hipótesis de antropología social básica. Nuestra innovativa concepción de la antropología aplicada, no solamente divergía así profundamente de la visión desarrollista establecida por George Foster, sino que -difieriendo parcialmente del planteo de Georges Bastide- se proponía también como un camino para la producción teórica.

Obviamente, el planteo epistemológivo del Proyecto no fue comprendido por el medio académico argentino. En el CONICET, tuve que dedicarme a explicar algunas veces cuáles eran los resultados de mi trabajo, porque en general los investigadores que me evaluaban estaban convencidos de que yo hacía alguna especie de aplicación práctica de conocimientos generados por otros. No podían entender el núcleo de la idea: que los indígenas, los campesinos y otras personas sin formación universitaria generan conocimientos teóricos (como base de la generación de técnicas), algo que unos años después comencé a explicar detalladamente. Y que esa generación de conocimientos puede combinarse con la producción de conocimientos teóricos y técnicas característica de las profesiones universitarias occidentales modernas.

Todavía más de doce años después de mi reconocimiento como Investigador por parte del CONICET, en un Concurso para un cargo docente en el Seminario Anual de Investigación del Departamento de Ciencias Antropológicas de la Universidad de Buenos Aires, uno de los tres integrantes del Jurado dictaminó dejar desierto el Concurso (es decir, perdedores a los dos concursantes), porque la otra concursante no tenía antecedentes suficientes y yo no tenía producción en el campo de la antropología básica, sino en el de la aplicación práctica de la antropología. Los otros dos integrantes del Jurado, en cambio, sencillamente pusieron en primer lugar a la otra competidora, aunque uus antecedentes eran notablemente inferiores a los que yo ya había alcanzado, incluyendo una beca post-doctoral de la Comisión Fulbright.

Los que sí entendieron de qué se trataba mi propuesta fueron los jóvenes graduados de diversas disciplinas (antropología, arquitectura, biología), que se incorporaron a mi equipo -junto con algunos ingenieros e ingenieros agrónomos no tan jóvenes-. Y, muy especialmente, la propuesta fue comprendida por los tecnólogos nativos: los campesinos de varias familias de la puna de Jujuy (en la comunidad de Barrancas) y de la Quebrada de Humahuaca (en Tilcara y sus alrededores).

Varios campesinos se incorporaron con entusiasmo al Proyecto. En Barrancas, un pueblo de la puna donde pasaba casi la mitad de mi tiempo, en estadías de diez a quince días-, la comunidad entera estaba participando, de una manera u otra. En pocos años, habíamos diseñado conjuntamente, etre otros dispositivos:

  • cocinas de ladrillos de adobe (barro crudo), uno de los mteriales de construcción básicos de la tecnología constructiva tradicional de la región;
  • techos con los materiales tradicionales (cañas, barro), combinados con materiales de la experimentación tecnológica local (grasa, cal) y elementos provenientes del medio industrial (cemento, polietileno);
  • semilleros de cultivos andinos, principalmente maíz, utrilizando como base organizativa el sistema tradicional de cultivo "al partir";
  • arreglos para el mejoramiento de los planteles de llamas, también utilizando la técnica social tradicional de "al partir".
Así, en pocos años, nuestro Equipo de Investigación y Desarrollo Andino, EIDEA, había puesto en marcha -junto con una comunidad campesina puneña y varias familias quebradeñas- una serie de experimentos tecnológicos y socioculturales, que estaban:
  • resolviendo problemas prácticos,
  • dejando una fuerte impronta local y regional,
  • afirmando la identidad de estas poblaciones andinas -y entonces promoviendo la sustentabilidad cultural-
  • usando recursos naturales locales en forma más eficiente -y entonces promoviendo la sustentabilidad económica y ecológica-
  • fortaleciendo la autonomía local en la toma de decisiones -y entonces promoviendo la sustentabilidad social-.
Pero lo más interesante de esos experimentos fue que nos permitieron comprender que los campesinos Coya -y ensguida entendimos que lo mismo sucede con todas las poblaciones de cultura tradicional en el mundo- continuamente diseñan y practican experimentos. Y que así es como funciona la cultura.

Comprendimos que la ciencia es experimental -un atributo que el racionalismo epistemológico atribuye exclusivamente a la ciencia occidental moderna-, porque la cultura es experimental.

Comprendimos que el método experimental es propio de todos los sistemas de conocimiento.

30. Nos vamos a vivir a Tilcara. EIDEA: Equipo de Investigación y Desarrollo Andino


De vuelta en Buenos Aires, seguí las actividades con GIDEA, ganándome la vida con los cursos que estaba dictando. Unos meses después, me llegó la noticia. El CONICET había aprobado mi plan de investigación y, consecuentemente, mi incorporación como Investigador de Carrera, una posición con bastantes más honores que remuneración apropiada para vivir.

Para ser Investigador, el CONICET requiere una institución que acepte ser sede de los trabajos del Investigador. Yo había conseguido la firma del Decano de la Facultad de Arquitectura de la Universidad de Belgrano para tener como sede su Instituto de Planeamiento. Ello implicaba que iba a estar viviendo en Jujuy porque allí iba a realizar mi actividad como antropólogo, pero con sede institucional en Buenos Aires ... lo cual significaba que ni siquiera iba a recibir el adicional remunerativo correspondiente a la zona (en diversas provincias, como Jujuy, se reconocen adicionales en el pago a los investigadores).

Entonces, le pedimos a Daniel González que nos consiguiera un lugar barato para alquilar en Tilcara: en esa época los alquileres eran muy baratos allá. Hoy -con el boom turístico de la Quebrada de Humahuaca y la suba de precios que se ha producido-, sería imposible repetir un esquema como aquél.

Con María preparamos una mudanza que no incluía muebles -excepto, me parece, una vieja heladera-, pero sí colchones, frazadas y sábanas, además de nuestra poco abundante ropa. En Buenos Aires quedaban algunas camas y algún ropero viejo. Despachamos los bultos por tren a Tucumán. Nosotros nos subimos con Pablo y Eva a la Citroneta, con alguna ropa para el viaje y una mañana de marzo de 1983, emprendimos viaje por la Ruta Panamericana, primero con rumbo a Santa Fé. Allí vivía mi hermano Jorge con su esposa Nati y sus tres hijas-.

Pasamos allí una tarde y la noche, y a la mañana siguiente seguimos viaje hasta Santiago del Estero, donde pasamos la noche en la casa de un ingeniero forestal con el cual me había conectado mi amigo Mauricio Prelooker.

Uno de los Cuadernos de EIDEA
A la mañana siguiente, reemprendimos viaje en la Citroneta. Pasamos por Tucumán, donde nos ocupamos de retirar los bultos que habíamos enviado por tren desde Buenos Aires, y reenviarlos como encomienda en camión a Tilcara. Y seguimos viaje. Al atardecer llegamos a Tilcara, a la casa donde vivía Daniel con su esposa Claudia Spione y su hija Natividad (Nati). Pasamos la noche en casa de ellos y al día siguiente nos mudamos a una casita que nos habían conseguido a cien metros del río, enfrente del que entonces era un próspero floricultor, Don Cruz Mendoza, y al lado da la casa del dueño de la propiedad, Rubén Pérez.

Había comenzado una de las etapas más creativas y de satisfactoria vida cotidiana de toda mi vida. En esa época, Tiilcara solamente recibía algunos turistas en verano, especialmente en enero, en sus dos o tres hoteles. Algunos habitantes -aunque realmente pocos- de la élite de San Salvador de Jujuy tenían una casa allí, que utilizaban -ellos y sus amigos- para pasar algunos fines de semana, eventualmente algunos días de las vacaciones de invierno, y una temporada en verano. Además, recibía en verano, pero especialmente en Carnaval, la visita de muchos tilcareños que vivían en San Salvador y en ciudades más al sur. A diferencia de Maimará y Humahuaca, otras dos localidades cercanas de la Quebrada de Humahuaca, Tilcara, como Purmamarca, era todavía un lugar reservado para la gente del lugar. Había entonces muy escasa gente de otros lugares extra-regionales -vivía en Tilcara alguna gente del resto de la Quebrada de Humahuaca, así como algunos nativos de la Puna y algunos bolivianos-. Prácticamente, la presencia permanente de gente nativa de lugares extraños a la región se restringía a los González y nosotros. Peter Edmunds, el hijo de un inglés que había tenido un cargo muy alto en el Ingenio azucarero La Esperanza, en San Pedro de Jujuy, vivía allí desde hacía años, por haberse casado con una jujeña con propiedad en el lugar.

En cuanto llegué a Tilcara, organicé mi equipo. En primer lugar, obviamente, incorporé a Daniel González, que se había recibido de antropólogo hacía algunos años y vivía de su sueldo en la Dirección de Cultura de la Provincia, trabajando primero en el Museo de la Posta de Hornillos (dirigido en esa época por el maravilloso Jorge Staude). Daniel había hecho trabajo de campo conmigo desde hacia dos o tres años, especialmente en el año anterior, mientras seleccionábamos el sitio para el Proyecto de Tecnología Apropiada. Además, incorporé a un arquitecto que vivía en Salvador de Jujuy, Rodolfo Rotondaro, quien estaba trabajando para la Municipalidad haciendo trabajos de rutina. Durante ese año, los ayudé a armar sendos planes para el CONICET, con los cuales cada uno de ellos obtuvo una Beca de Investigación dentro del proyecto. También se incorporaba al proyecto el biólogo Rodolfo Tecchi, quien poco después sería Secretario Académico de la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la UBA. También lo hacía su entonces esposa, la Geoóloga Graciela Bianchini.

En poco tiempo comenzaron nuestras actividades en Barrancas y en Tilcara, de las cuales hablaré más en detalle en el próximo capítulo.

Para sustentar institucionalmente al proyecto, creamos -sin ninguna formalidad- el Equipo de Investigación y Desarrollo Andino -EIDEA-, donde se incorporaron, además dos ingenieros jujeños, ambos profesores de la Facultad de Ingeniería de la UNJu (Universidad Nacional de Jujuy): Liliana Alemán y Adrián Canelada. Desde EIDEA presentamos la solicitud para -y obtuvimos- la beca de Iniciación en el CONICET de de Daniel Raúl González, dirigido por Rodolfo Merlino y co-dirigido por mí. Lo notable, es que EIDEA tenía mucha existencia real pero casi no tenía existencia formal,si es que tenía alguna. Organizamos eventos, editamos una publicación, hacíamos investigación, teníamos intercambio con investigadores e instituciones de diversos países. Pero nosotros no teníamos dependencia de ninguna  institución ni estábamos inscriptos en ningun registro.

29. La guerra de las Malvinas y la preparación para ir a Jujuy

Cuando llegamos de Brasil hacia fines de 1981, retomamos rápidamente nuestras actividades en GIDEA. Mercedes Viegas, que actuaba como Secretaria del Grupo, había organizado algunas actividades en la sede, incluyendo talleres de Ecología Humana y del Proyecto Aldeas.

También organizamos algunos talleres intensivos, de un día o dos, en mi casa en Pablo Nogués, en relación con el Proyecto Aldeas, junto con la sicóloga Silvia Nakache.

Poco a poco, me tuve que ir ocupando más activamente de mi preparación para presentarme en el Concurso del CONICET.

Pero en el medio de todo esto, tuve tiempo para retomar las preocupaciones políticas. Luego de varios años de durísima represión, donde solamente se escuchaban las voces contestatarias y denunciantes de las Madres de Plaza de Mayo, y las voces metafóricas (pero no por eso menos valientes) del mundo del rock'n roll, especialmente el notable Charly García, quien un más de un año antes había presentado en público y grabado la Canción de Alicia en el País. Era una inteligente y poderosa denuncia de lo que estaba pasando en Argentina en los años de la dictadura militar y del terrorismo de Estado.

El 31 de marzo de 1982, el dirigente gremial peronista Saúl Ubaldini convocó a un acto en Plaza de Mayo, con la consigna "Paz, Pan y Trabajo". Allí fui, con algunos amigos. La policía reprimió con brutalidad y hubo un muerto y diez heridos. Había comenzado la cuenta regresiva de la dictadura.

Al día siguiente, yo estaba viajando a Jujuy. Tenía que elegir el sitio de la Puna donde iba a hacer mi trabajo de campo en el marco del proyecto que estaba preparando para el CONICET. El 2 de abril (mi cumpleaños), Daniel González -que se había mudado a Jujuy unos meses antes-, me estaba esperando. Fuimos a pasear por la ciudad y a buscar cómo viajar a la Puna. Mientras tratábamos de conseguir un vehículo apropiado, nos enteramos de la noticia. Galtieri había comenzado la guerra de las Malvinas, tratando de generar un hecho que evitara el deterioro político de la dictadura. No pudo evitarlo: al contrario, lo agravó con la derrota. La derrota de Argentina en la guerra fue el triunfo de Gran Bretaña, cuya Primera Ministra, Margaret Thatcher, la "Dama de Hierro", consiguió con la euforia del triunfo revertir el fuerte deterioro que estaba sufriendo su imagen entre sus ciudadanos. Al año siguiente, gracias a este repunte de su popularidad, triunfaría rotundamente en las elecciones. Y ello le permitiría aplicar un programa de mano dura, con recetas económicas neoliberales, incluyendo privatización de empresas estatales, eliminación de programas de ayuda social. Para imponerlo, tuvo que acudir a una fortísima represión de una huelga de mineros, a consecuencia de la cual, miles de trabajadores resultaron heridos por la policía.

Yo estaba en Jujuy gracias a una invitación que la Sociedad de Arquitectos de la Provincia (que luego se convertiría en Consejo Profesional de Arquitectos) realizara a Rubén Pesci -con quien yo estaba colaborando desde hacía un año- para dar una serie de conferencias. Rubén me invitó a darlas con él, y allí estábamos.

Luego de las conferencias, salí con Daniel para la Puna. Estuvimos viajando durante diez días. Fuimos a tres lugares: Yavi, Paicone y Barrancas, que habíamos pre-seleccionado tratando de cubrir una gama espacial y de situaciones locales lo más amplia posible.

Al final del viaje, en base a un análisis comparativo de los tres sitios y a la sensibilidad que nos había despertado la relación con cada lugar y su gente, decidimos que el sitio para la realización del proyecto iba a ser Barrancas, una aldea cuyo nombre oficial era Abdón Castro Tolay.

Durante la estadía en Jujuy, mientras Rubén y yo dábamos el curso sobre Arquitectura y Ambiente, conocimos a un joven arquitecto, que iba a colaborar estrechamente conmigo durante varios años: Rodolfo Rotondaro. Rodolfo, además de sumarse al proyecto de Tecnología Apropiada en la Puna, preparó un nuevo curso para Rubén y yo, que se iba a dar varios meses después.

Para el nuevo curso, con Rubén decidimos incorporar también a un ecólogo. Yo propuse (y Rubén aceptó) a Rodolfo Tecchi -a quien había conocido e incorporado a varias actividades durante mi paso por la Universidad del Salvador-, quien también se incorporó al nuevo equipo. Se estaba armando el equipo interdisciplinario -que el año siguiente llamaríamos EIDEA- que tuvo a su cargo la ejecución del proyecto que el CONICET me aprobaría unos meses después.

28. Una relación fuerte: Rubén Pesci y CEPA

Unos meses antes del viaje a Brasil que relaté en los dos textos anteriores -y donde conocí a Amílcar Herrera-, conocí a y trabajé junto con otra de las personas que más influyeron en mi carrera profesional. Me refiero al arquitecto Rubén Pesci, quien en ese momento estaba festejando el quinto aniversario de CEPA (Centro de Estudios y Proyectos Ambientales), un grupo que él había fundado en La Plata junto con otros tres platenses: Omar Accatoli, Antonio Rossi e Iván Reimondi.

Un año antes, yo había conocido a otra arquitecta platense, Teresita Núñez, quien estaba asistiendo a uno de los cursos de posgrado -Ecología Humana o Ecología Urbana- que yo organizaba en la Universidad del Salvador. Teresita me dijo que yo tenía que conocer a Rubén y me llevó a verlo a la Universidad de Belgrano, donde él estaba dirigiendo una Carrera de Posgrado en Proyectación Ambiental. La idea de Rubén, que me pareció -y me sigue pareciendo- brillante, tal cual la expresaba en ese curso y más adelante la plasmó con mayor vigor en FLACAM (Facultad Latino Americana de Ciencias Ambientales), era formar profesionales del proyecto (ambiental no como cualidad agregada, sino como cualidad necesaria en todo proyecto), a través de la formulación y seguimiento real de proyectos.

Rubén sostenía la necesidad de un saber transdisciplinario, una idea que me resultó completamente seductora y me incorporé como antropólogo al Curso de Proyectación Ambiental y a varios proyectos de CEPA. Esta relación fue muy fuerte durante los años 1991 y 1992. Mi mudanza posterior a Jujuy convirtió esta relación en un vínculo a distancia, pero no así menos intenso. Cada vez que había un encuentro organizado por Rubén (como las Jornadas de Proyectación Ambiental y los Congresos -primero Argentino y luego Latinoamericano- del Ambiente), yo estaba invitado, participando habitualmente como coordinadosr de alguna comisión de trabajo. En esos encuentros participaban también algunas personas con quienes mantuve en esa época o más adelante, importantes relaciones en el camino de la producción de conocimientos. Entre ellos, recuerdo con especial afecto al arquitecto Arturo Montagú, la geógrafa Elena Chiozza y los ecólogos Jorge Morello y Nora Prudkin.

Rubén fue, además quien, mientras yo estaba viviendo en Tilcara, en 1983-1984, me puso en contacto con el equipo de Reservas de Biósfera del MAB (Man and the Biosphere Programme) de la UNESCO, en cuyo marco se organizó el proyecto colaborativo con Chile y se diseñó lo que luego sería Reserva de Biósfera de Pozuelos, de las que hablaré más adelante.

27. Amílcar Herrera y el Proyecto de Tecnología Apropiada en los Andes


Así, un día de octubre de 1981, María, Pablo, Eva y yo nos subimos en Valença a un ómnibus que ya venía viajando hacía dos días desde Fortaleza, para bajarnos un día después en la Rodoviaria de Sao Paulo.

Allí nos tomamos un taxi hasta la casa de Alejandra Herrera, la hija mayor de Amílcar Herrera. No recuerdo si ella sabía que estábamos llegando, ni tampoco sí su padre sabía que yo estaba yendo a visitarlo para conversar sobre La Larga Jornada, un notable libro que había escrito Amílcar, culminando una trayectoria donde se había consolidado primero como uno de los más importantes geólogos de América Latina, para luego ser uno de los impulsores de un pensamiento alternativo en la política de la Ciencia y la Tecnología (junto con ese otro notable de las décadas del ’60 y el 70, Oscar Varsavsky) y luego, como director de la Fundación Bariloche , había dirigido el trabajo y la publicación llamada ¿Catástrofe o Nueva Sociedad?- El Modelo Mundial Latinoamericano, desde el cual un grupo interdisciplinario de científicos contestó al catastrofismo de Los límites del crecimiento, publicado unos años antes por el Club de Roma.

Con Alejandra nos conocíamos desde la época del Colegio Nacional de Buenos Aires, cuando, pese a que ella era unos años menor que yo, habíamos compartido un grupo de referencia y algunas pequeñas aventuras. En esa época, también había conocido en su casa a Amílcar, pero sin mayores consecuencias. Pero ahora, unos meses antes, José Luis Damato me había puesto en contacto con La Larga Jornada, un libro donde Amílcar desarrollaba ampliamente la categoría sintropía –también conocida como negentropía- como tendencia opuesta a la entropía, y que explica la evolución de los sistemas vivientes –y sociales- hacia formas de niveles crecientes de complejidad y auto-organización.

Pasamos entonces algunos días en la casa en Sao Paulo donde Alejandra transcurría su exilio junto con su marido y sus pequeños hijos. Después, nos fuimos a Campinas, donde vivía Amílcar, entonces Director del Instituto de Geociencias de la Universidad Estadual de Sao Paulo. Allí me pasaron dos cosas que transformaron el curso de mi vida durante los siguientes veinte años. En primer lugar, me entusiasmé con al figura de un científico maduro, con un pensamiento interesante, brillante y amplio, dirigiendo un centro de investigación. Hasta ese momento, yo había tenido contacto –e incluso trabajado- con algunos personajes semejantes, pero ninguno me despertó tanta simpatía, empatía y seducción como Amílcar.
CECITEB - Edificio construido aplicando los principios de
la tecnología apropiada, tal como fueron establecidos por Amílcar O. Herrera
Barrancas, Puna de Jujuy, 1986

En segundo lugar, Amílcar me proveyó de un interés para la investigación mucho mayor que el de la mera indagación academicista sobre cuestiones que aún siendo fascinantes -como la ecología cultural de los Andes y su relación con la ritualidad indígena que yo había explorado hasta ese momento con Rodolfo Merlino- no pasaban de constituir un ejercicio intelectual. En esa época, Amílcar estaba dirigiendo un Proyecto –en el marco de la UNU, Universidad de las Naciones Unidas-, sobre investigación y desarrollo de tecnología apropiada, a la cual él entendía como una producción endógena, donde se combinan conocimientos científico-tecnológicos con conocimientos propios de poblaciones locales.
La idea me entusiasmó, conversé largamente con Amílcar sobre su posible implementación en el mundo andino. Cuando emprendimos viaje a Buenos Aires, unos diez o quince días después, yo ya estaba decidido a intentar iniciar un proyecto de tecnología apropiada en la Puna de Jujuy.

Al llegar a Buenos Aires, mientras continuaba la actividad en GIDEA, comencé a armar una presentación para postularme a ingresar en la Carrera del Investigador Científico y Tecnológico del CONICET, con un Plan que titulé "Antropología Aplicada a la Investigación y Desarrollo de Tecnología Apropiada", para lo cual preparé, junto con Rodolfo Merlino (quien iba a ser mi Director de Investigación) un artículo con el mismo nombre, que presentamos para su publicación y fue aceptado en una revista especializada que dirigía Roberto Marcellino, un biantropólogo cordobés que tenía una posición importante en el CONICET en aquella época. Aceptaron firmarme notas de referencia el antropólogo Edgardo Cordeu, el abogado Alberto Castells y el médico investigador en neurobiología Jorge Affani (a los dos últimos los había conocido en la Universidad del Salvador, al primero en la UBA). La propuesta fue presentada a principios de 1982 y habría de ser aprobada a fines de año.

Bibliografía de Referencia:

HERRERA, A. O., 1981. The Generation of Technologies in Rural Areas. World Development, 9: 21 - 35.

MERLINO, R.O. y M. A. RABEY, 1981 (1983). Antropología Aplicada a la Investigación y Desarrollo de Tecnología Apropiada. Publicaciones del Instituto de Antropología, 37: 7-21. Facultad de Filosofía y Humanidades. Universidad Nacional de Córdoba. Argentina.


26. Una estadía en Brasil, en familia, en 1981

Nos sacamos unos pasajes de ida en avión y nos fuimos de un tirón a Salvador, Bahia, una ciudad donde yo había estado diez años antes carnavaleando junto con Pedro y Hernán Pujó y Julio Salvidea. Ahora, el viaje era con mi esposa María y mis dos primeros hijos Pablo y Eva, que entonces tenían tres y dos años.

Llegando al aeropuerto de Salvador, nos alquilamos un Wolkswagen (un escarabajo) y nos fuimos para el lado del centro histórico, para Praça da Sé, un bello lugar en cuyos extremos están la Catedral y la Iglesia de San Francisco. Allí nos ubicamos en un hotel muy popular y barato. En esa época, el casco histórico era un barrio popular (los turistas iban poco y los bahianos de clase media para arriba solamente iban a misa). Al costado, comenzaba el Pelourinho, en esa época un área de hábitat muy popular, bastante desordenado y divertido, donde incluso se encontraban gallinas y chanchos por las calles (que obviamente vivían en las casas con sus dueños). Praça da Sé era entonces una zona de putas, que empezaban su trabajo bastante temprano por cierto. Las más lindas estaban habitualmente en un lugar más destacado, una especie de plataforma, donde había una cruz de unos dos metros de alto, que parecía marcar un lugar aproximadamente intemedio entre las dos iglesias. Las chicas se encariñaron enseguida con Pablo y Eva ("as crianzinhas").

En tren de conocer de todo, y aprovechando el auto, uno de esos días fuimos a Itapua, que entonces estaba dejando de ser un pueblo de pescadores negros, y se estaba conurbando en Salvador. Nos sentamos a comer unos pescados en un restaurancito cerca del mar y nos atendió muy bien un mozo supersonriente. A los dos o tres días, volvimos para pasear por la playa de Itapua, y mientras caminábamos, vimos un grupito de jóvenes (negros), en malla, agrupados al lado de unas rocas, y haciendo algo que no alcanzábamos a divisar. Para nuestra sorpresa (y susto), uno de ellos vino corriendo hacia nosotros. Era Joao, el mozo de unos días antes, que venía a ofrecernos una pinaúna, un erizo de mar: los habían estado recogiendo entre las rocas y lo que veíamos era el grupo de muchachos asando los erizos.

Claro que ahí nos hicimos amigos y, en pocos días, Joao nos había conseguido una buena casa en alquiler, de estilo local, cerca de la playa y a muy buen precio. Allí nos quedamos un mes, tiempo en el cual apareció gente nueva. Pipo Lernoud llegó y alquiló una casita cerca. Después llegó Claudio Kleinman, a quien habia conocido en Pan Caliente, que se quedó en casa un tiempo. Desde entonces recién volví e encontrarlo después de haber escrito estas notas, en un concierto organizado por Luis Calcagno y Patricia Mo, desde Mucha Madera, en La Casona de Colombres, en marzo de 2009. Lo volví a encontrar tocando la guitarra y cantando blues, como la última vez que lo había visto, recostado en una hamaca paraguaya en nuestra casa en Itapuá, veintiocho años antes.

Nosotros fuimos a varios terreiros al candomblé, incluyendo un par de candomblés de caboclo, uno de los cuales era el de Itapoá, donde participamos en una batida de candomblé dedicada al "cumpleaños de la patria" - siete de septiembre, día de la Independencia (le hicieron torta con velitas y le cantaron "parabeins pra você", mientras las filhas do santo entraban en trance y eran cabalgadas cada una por su respectivo santo da cabeza)-. También pasaron por ahí una turma de hippies brasileros y argentinos, en un colectivo y se fueron para Arembepe, un pueblito de pescadores más alejado. También comimos mucha comida bahiana en base a pescado (moqueca de peixe, sopado de peixe), porque Joao era un cocinero excelente. La mujer de Joao, una negra bien renegrida y mota, cuando le pregunté un día de donde habían venido sus abuelos, o sus bisabuelos, me contestó: "de Portugal". También nos hicimos una escapada de dos días al Recóncavo, a las festas juninas, con as crianzinhas dançando alrededor das fogueiras de Sao Joao. Dormimos en Santo Amaro da Purificaçao, la ciudad donde nacieron y se criaron Maria Betanhia y Caetano Veloso (minino da terra, lo menciona un placa conmemorativa).

También pusimos, en sociedad con Joao, una "barraca na praia" de Itapoa. Yo puse las bebidas (cachaza, ron, vodka), el limón, azúcar, vasos, etc., para preparar caipirinhas, caipiríssimas y caipiroskas. También ollas, un calentador e ingredientes para cocinar. Joao armó la barraca con madera y hojas de palmera. Compramos algunas sillas. Joao cocinaba y preparaba los tragos, todos comíamos y bebíamos, de vez en cuando alguien pasaba con guitarra y tocaba y cantaba, y hasta a veces alguien pagaba algo. Así hasta que se acabó el capital. Y ya era hora de continuar viajando.

Así que nos subimos a un ómnibus y nos fuimos a Valença. Yo ya tenía información precisa de una zona donde quería pasar un tiempo, un archipiélago llamado los "tabuleiros de Valença", con una rica cultura de pescadores.

Paamos un día en un hotel, a todo lujo, y de ahí nos tomamos una lancha (había tres por semana) hasta Morro de Sao Paulo, en la isla de Tinharé. En esa época, solamente vivían allí los pescadores, había algunas casas de gente de Salvador, además de tres o cuatro hippies -incluyendo algún argentino- que se habían instalado en las afueras del pueblo, quién sabe cómo. Aquilamos su casa por un mes a Joaozinho, quien se fue a vivir a la casa de un turista que él tenía a su cuidado. Hice allí un montón de entrevistas y observación antropológica que nunca sistematicé después. Pero ¡qué placer esa estadía! Los pescadores y nosotros, durante un mes, hablando de mareas, peces, pesca, tecnología de pesca, redes, cangrejos de mar y de río, pulpos, langostas. Y por supuesto, comiendo comida de mar.

Tuve, en el medio, tiempo y tranquilidad para hacer una recorrida, en gran parte a pie, por los tabuleiros, de una semana. El primer día salí caminando por la costa, a pie, rumbo al sur, pasé un manglar y cruce una arroyo caminando sobre los cangrejos (pensé que pisando con cuidado, los pies no se hundían y no había mayor peligro de ser mordido) y después de un rato llegué a un pueblito de pescadores llamado Garapuá. Allí dormí en lo de una familia de recolectores de cangrejo, donde estaba parando el marido de una hija, él mismo dueño de una pescadería en Valença, y marido -además- de la hija de unos pescadores en otro pueblo y de la mujer que atendía la pescadería. Una poligamia excelente. A los dos días, alguien me cruzó en su barca a Boipeba, la isla del frente, más al sur, donde llegué enseguida a una gran aldea de pescadores, Velha Boipeba. Allí comí en una posada y salí a caminar. Enseguida me encontré con dos hombres jóvenes, un poco menores que yo, que iban -como yo- vestidos con malla y ojotas. Me preguntaron si había comido y cuando les contesté que sí y dónde, me retaron amablemente diciendo que esas posadas eran para los viajantes de comercio, pero que yo tenía que ir a comer y dormir "a casa da gente" ("a gente" en ese caso, ya eran ellos). Tenían una pelota con la que jugamos, y fuimos a bañarnos a una casilla de baños, donde nos desnudamos, nos bañamos, "jogamos bola", y la cosa no pasó a mayores. Uno era el cuñado del otro y me llevaron a la casa donde vivían ambos, junto con la esposa de uno (que era hermana del otro) y no me acuerdo si hijos. Mientras nos preparábamos para la cena, ella -que resultó ser la mai do santo (muy joven por cierto) de un terreiro de Candomblé- me dijo que tenía que "pegar uma mulher" allí. Estaba por ahí su hermana más joven, y era claro que no estábamos hablando de una relación ocasional. Yo le explique que tenía una esposa -en Morro- y ella me dijo: "pega mais uma".

Unos días después, conseguí seguir viaje en una barca particular, esta vez hacia el oeste, cambiando de isla y desembarcando en la ciudad de Cairú. Quería ver el Convento, famoso por su mayólica, uno de los pocos ejemplos existentes de la mayólica lisboana que se perdió casi totalmente luego del terremoto. Fui a ver al que parecía el único monje que parecía habitar ahí, que me mostró a regañadientes el edificio y trató de hacerme desistir de mi idea de dormir ahí, diciéndome "tein murciegos ... ¡e vampiros!". Por supuesto que me quedé a dormir allí y a comer con el monje, que no era tan mezquino como viejo chocho. A los dos días, estaba viajando en una lancha de pasajeros a Valença. Iba de compañero de viaje el pescadero polígamo, quien estaba seduciendo animadamente a una adolescente que viajaba con su madre.

Ese día o al día siguiente volvía a Morro. Pocos días después, armábamos el equipaje y nos íbamos a Valença los cuatro, para subirnos a un ómnibus y hace el largo viaje hasta Sao Paulo, donde yo había decidido visitar a Amílcar Herrera.

25. GIDEA: Un Grupo Interdisciplinario para el desarrollo de Eco-Alternativas

Así las cosas, mientras coordinaba algunos talleres de Ecología Humana en la sede de Pan Caliente, y los fines de semana nos encontrábamos con algunos amigos en casa en Pablo Nogués, durante 1981 apareció la idea de organizar un grupo de reflexión y acción. Allí estaban, junto conmigo, José Luis Damato, Ricardo Orquera, Horacio Arló. A veces participaba Pipo Lernoud, que siempre estaba en buena disposición para pensar y diseñar.

Otra que era de la partida era Silvia Nakache, una sicóloga que exploraba la mirada y la práctica gestáltica. Con ella llegamos a organizar unos divertidos e interesantes talleres-aldea en casa. Era una persona fantástica. Tenía un novio y se estaba por casar. Un día, comíamos los tres en su casa, y él le preguntó "¿Silvia, por qué se separan las parejas?" Ella le contestó: "Porque se juntan".

En poco tiempo, tuvimos nombre: GIDEA, Grupo Interdisciplinario de Eco-Alternativas. Rodolfo Merlino nos prestó, para funcionar, su espacioso estudio en la calle Cerrito, en el centro de Buenos Aires. Allí organizamos cursos, talleres, y otras actividades, entre las cuales una serie de funciones de cine-debate. Recuerdo que, en medio de la creatividad que campeaba en el lugar, Juan Carlos Kreimer comenzó el diseño de lo que luego fuera su brillante emprendimiento editorial Uno Mismo. También circuló por allí la gente que luego instaló el proyecto Multiversidad de Buenos Aires, impulsado por ese gigantesco activista y pensador de la contracultura, Miguel Grimberg.

Todo esto pasaba mientras en otras escenas de la ciudad y del país, se acercaba a su fin la negra noche de la dictadura militar. Así como Mutantia y El Expreso Imaginario habían sido un sitio de refugio en la lectura, GIDEA, la Multiversidad y otros pequeños grupos de reflexión y acción se constituyeron en espacio de resistencia cultural activa y creadora.

En medio de esta experiencia, María, Pablo, Eva y yo nos fuimos a pasar tres meses en Brasil, donde también estaba yendo a pasar un tiempo Pipo Lernoud, con su entonces pareja, Ana Reig.

24. Un tiempo rur-urbano: viviendo en Pablo Nogués

Alrededor de 1980, conocí a Jorge Pistocchi y Ralph Rotchild. Jorge había sido uno de los editores de la ahora legendaria revista El Expreso Imaginario, que había estado saliendo desde 1976. Una revista impresionante, ya desde la tapa, si consideramos que se publicaba en Buenos Aires en medio de la Tercera Guerra Mundial. La hacían Pistocchi, junto con Alberto Ohanian y mi viejo y querido amigo Pipo Lernoud, actuando como Jefe de Redacción José Luis Damato, quien luego pasaría a otra revista notable de la época: Mutantia, que dirigía Miguel Grimberg. Hace unos años, Ricardo Terriles escribió una interesante Tesina de Licenciatura en Comunicación Social, dedicada íntegramente al Expreso. Cuando yo los conocí, Jorge y Ralph estaban empezando otra revista, Zaff, en la cual colaboré con varios artículos. Inmediatamente después de Zaff, armaron otra revista, Pan Caliente, donde también escribí varios trabajos, incluyendo un artículo que volví a publicar hace poco en mi blog: El Imperio y los Rebeldes.

Mientras escribía colaboraciones para Pan Caliente, ya a fines de 1981, fui conociendo a un conjunto de personajes muy interesantes que estaban vinculados con la revista. Allí se dio, casi espontáneamente, que me pidieron que les organizara cursos sobre temas de Ecología. Retomé un curso de posgrado de Ecología Humana que había armado unos años antes en la Universidad del Salvador y rápidamente se armaron varios grupos. Lo que ganaba con estos cursos me permitió reemplazar parcialmente la merma de ingresos que me representó el cambio de autoridades en la Universidad del Salvador en 1980, a consecuencia del cual perdí los contratos de docencia e investigación que había tenido allí durante dos años. Como un poco antes había conseguido un reparto de champiñones, para lo cual me compré una furgoneta Citroen 3CV usada, el cuadro económico y de comodidades se me había completado satisfactoriamente.

Para esa época, yo ya estaba viviendo en la primera casa que conseguí comprar. Eso fue a principios de 1979. Como mi amigo Daniel González se había querido a vivir solo al centro de la ciudad, me pidió que le dejara la casa de Tapiales, para alquilarla y con esos ingresos, a su vez pagar el alquiler de un departamento. Entonces, con María y mi hijo Pablo, que ya tenía un año de edad, nos fuimos a vivir en la casa de mis entonces suegros, unos humildes trabajadores que vivían en un barrio obrero cercano a la localidad de Polvorines. Fue muy buena esa mudanza, porque como estábamos un poco apretados, yo decidí endeudarme hasta las orejas (me prestaron plata Rosalía González -la madre de Daniel- y Yiyo Starc, y además tomé préstamos del banco Provincia y de la Caja de Ahorro) y comprar una casa muy sencilla, muy poco equipada, pero con tres unidades de vivienda una al lado de la otra. Quedaba en Polvorines, ya muy cerca de la estación Pablo Nogués.

Una de las viviendas la alquilamos, para ayudarnos a salir de deudas. En otra se instaló mi viejo, Benito, quien finalmente había tenido que abandonar el departamento de Callao y Lavalle, al terminar la Ley de Alquileres. Y en la tercera me instalé con María, Pablo y Eva, que acababa de nacer en marzo de 1979. Además, la casa tenía un gran lote (25 metros de frente por cuarenta de fondo) y estaba rodeada por un montón de lotes vacíos. El lugar se prestaba para una buena vida, rur-urbana.

Yo salía varias mañanas por semana a repartir champiñones. De allí me iba a veces a dar clases particulares. Y después, también a veces, a la redacción de Pan Caliente. El resto del tiempo, lo pasaba en casa, donde leía y escribía mucho. Venía seguido Rodolfo Merlino, con el cual estuvimos escribiendo varios ensayos, y a veces iba yo a trabajar y pasarla realmente bien en su casa en Bella Vista. Mi viejo estaba casi todo el tiempo en la casa, con los dos chiquitos, ayudado por una señora que venía a colaborar en las tares domésticas, mientras María se iba a trabajar como enfermera a una fábrica cercana. El viejo se organizó una buena quinta, la pasaba fenómeno con Pablo y Eva y se hacía unos asados fantásticos.

Los fines de semana, venían amigos, de los que se iban nucleando en las reuniones y grupos de Pan Caliente. Con ellos, armamos GIDEA (el Grupo Interdisciplinario para el Desarrollo de Eco-Alternativas), del cual voy a hablar un poco más en el capítulo siguiente.

23. Un maestro: Don Valentín

Hay varias personas a las cuales estoy agradeciendo en estas (Contra)Memorias por lo que hicieron por mí a lo largo de mi vida.

Pero el agradecimiento más grande, por su contribución a mi desarrollo como ser humano, aunque también particularmente en lo que con­cierne al desarrollo de mi carrera de antropólogo, es hacia Valentín Pu­ca, quien me convirtió al biculturalismo. En una memorable mañana de agosto -el mes de la Pachamama- de 1977, me introdujo de una manera cariñosamente brusca en la cultura Coya. Yo había hecho un viaje, dirigido por Rodolfo Merlino, y junto con otro estudiante de antropología y hoy colega, José María Gerling. El viaje nos transportó, muy rápidamente, desde las llanuras del territo­rio normal de la Argentina hasta el escalón más alto de las altiplani­cies de la provincia de Jujuy.

En dos días, habíamos llegado a Mina Pirquitas, un poblado minero a más de cuatro mil metros de altitud. Allí, durante la noche, en pleno invierno, penetramos en el primer nivel de galerías para participar en un ritual al Tío, poderoso dueño de las profundi­dades y miembro, junto con la Pacha o Pachamama y Coquena, de la triada de seres potentes de la cosmovisión Coya.

Frí extremo, alcohol, trance y terror, con el culminante sacrificio de un toro, contra el cual se libró un com­bate ritual colectivo en las profundidades, fueron el preámbulo de mi caída, ya al día si­guiente, en el apunamiento. Esta es una enfermedad propia de las grandes alturas de la región, caracterizada por un pro­fundo y gene­ralizado malestar orgánico, con escasos sínto­mas diferenciables, entre los cuales un fortísimo dolor de cabeza y males­tar de estóma­go. Además, es un estado sumamente temido, especialmen­te por los visitantes de otras regiones, pero también por los pro­pios habitantes.

Cuando, al final de la senda transitable por vehículos automo­tores, descendimos del auto, comenzaron los que para mí fueron los cuatro kilómetros de caminata más penosos de mi vida, a lo largo de una pequeña quebrada donde se encontraba la casa principal de la familia (Merlino y Rabey 1979). Durante el recorrido, Don Valentín estuvo muy preocupado por mi estado.

Me hizo olfar varias veces jugo de inflorescen­cia fresca de pupusa (Wer­neria poposa), una de las plantas ca­racterísticas de la farma­copea nativa de puna alta (Rabey y Merlino 1985), sin conseguir más que un momen­táneo y demasiado suave alivio del mal. Al llegar a su casa, luego de in­dicarnos la habitación donde nos alojaríamos esos días, me lle­vó a un costado de la casa, iluminado por el sol, donde me dijo: "a usted lo agarró la Pacha". Recuerdo vívidamente que, en ese momen­to, mi angustia se acentuó.

Don Valentín, sin embargo, tenía una respuesta explicativa y práctica. "Usted no ha respetado a la Pachamama, no ha creído en ella”. Ante mi actitud perpleja, agregó: “cuando alguien falta el respeto a la Pacha, lo pilla [lo agarra]". Inmediatamente, hizo un pequeño hoyo en la tierra arenosa, sacó una bolsita con hojas de coca y me dijo: "vamos a pedirle a la Mamita que lo suelte". Invitándome a repetir sus gestos y sus palabras, me enseño los gestos básicos del ritual -y también comenzó mi inicia­ción en la cultura Coya, a través del culto a la Pachamama-:

"Pachamama, Santa Tierra, cusiya, cusiya,
protégeme, Pachamama,
no me pilles ..."

A los pocos minutos, me sentía perfectamente bien y estaba co­rriendo por los cerros, como si nada hubiera sucedido. En esos días, subimos hasta los 4.700 m de altura, donde se encuentra el puesto de pastoreo de estación seca de la familia (Rabey 1989b). Durante todo el viaje, no apareció ninguna señal de apunamiento, ni del asma que me azotaba des­de los quince años.

Un mes después, de regreso a Buenos Aires, la ex­traña sensación de la conversión a un culto indígena y de la cu­ra­ción por medios no occidentales que había tenido casi simultánea­men­te habían casi desaparecido. Sin embargo, mi historia posterior me mostró que había adquirido la capacidad de elegir -o acep­tar la elección- de la vía cul­tural adecuada -la coya o la "oc­ci­dental"- en cada bifurcación de mi camino profesional y personal.

Ninguna otra experiencia -y mucho menos ningún conjunto de in­formaciones- me hubiera provisto de un marco referencial más adecua­do para comprender la densa trama emocional en la cual se inscri­be, en términos concretos, el culto de la Pachamama. La terrible sensación de contacto con la muerte y la transición casi ins­tantánea entre el malestar más completo y el bienestar pleno me permi­tieron entender qué es lo que los coyas piden a la Pachamama, con­tra qué le piden que los proteja y en qué consisten las angustias y temores que constituyen el núcleo emocional de sus creencias y ri­tuales.

Ninguna aproximación clásica y objetivista -fuera ésta de raíz durkheimiana, marxis­ta o alguna combinación post/moderna de ambas- me hubiera permitido el nivel de comprensión que desencadenó en mí esta brusca incorpora­ción al mundo de la experiencia subjetiva Coya y, especialmente, de la eficacia simbólica de sus procedimientos.

Es curioso que, aun cuando esta experiencia hubiese quedado pro­fundamente anclada en mi memoria, recién quince años después comencé a reflexionar sobre la influencia que ejerció en mis primeros años de producción antropológica -entre 1979 y 1986-, en gran parte junto con Rodolfo Merlino.

Una obvia referencia a mi idea actual acerca de este proceso de comprensión es el que presenta Rosaldo (1988) en el primer capítulo de “Cultura y Verdad”, cuando relata cómo la muerte por accidente de su entonces mujer, mientras ambos caminaban por una senda montañosa en las Filipinas, le hizo entender el proceso de dolor que, según los Ilongot, los lleva a salir en expediciones de caza de cabezas. Mi caso parece un poco más agudo, por cuanto el tema que producía la emoción estaba directamente significado en términos de la cultura local. De todos modos, del mismo modo en que Rosaldo hubiera podido semantizar la muerte de su esposa en términos de una racionalización más occidental, yo hubiera podido racionalizar mi fuerte malestar en términos de explicaciones biológicas que conocía -el “mal de altura”-. Pero ello no me hubiera sido muy útil, porque no tenía medicina occidental a mano.

Bibliografía citada

Merlino, R. y M. A. Rabey, 1979 . El ciclo agrario-ritual en la puna argentina. Relaciones de la Sociedad Argentina de Antropología, 12: 47-70.

Merlino, R. J. y M. A. Rabey, 1985. Ecología cultural de la puna argentina: la estructura de los ecosistemas. Actas del IV Congreso Internacional de Camélidos Sudamericanos: 219-268.

Rabey, M. 1989. Are llama-herders in the south Central Andes true pastor­al­ists? En J. Clutton-Brock (ed.), The walking larder: pat­terns of pre­dation, pastoralism and domestication: 269-276. London: Unwin Hyman.

Rosaldo, R. 1988. Culture and truth: the remaking of social analysis. Boston: Beacon Press.

22. Antropología de la puna con Rodolfo Merlino

Mientras me ganaba la vida (enseñando, investigando y organizando otras actividades en la Universidad del Salvador, actividades que combinaba con la enseñanza particular) y empezaba a armar una familia, en 1977 comencé a realizar trabajo de campo antropológico en los Andes.

Los primeros trabajos de campo fueron con Rodolfo Merlino. Y junto con él escribimos casi diez artículos que publicamos en diversas revistas científicas y libros. Estos trabajos, junto con varios artículos que escribió Rodolfo junto con Mario Sánchez Proaño, y otros que escribí yo, establecieron el conocimiento moderno acerca de las culturas andinas del noroeste argentino.

Con Rodolfo y Mario hicimos dos trabajos de campo memorables.

El primero de esos trabajos, donde también participó José María Gerling, fue en 1977 (entonces estaba en la Universidad del Salvador, cuya Secretaría de Investigación y Posgrado me otorgó para ello mi primer subsidio de investigación). Estuvimos dos meses en la Puna de Jujuy. Allí trabajamos en varios lugares, aunque el sitio clave fue la "Quebrada de Don Valentín", un nombre que le dimos nosotros a la zona habitada por don Valentín Puca y su familia.

En ese lugar, tuve una experiencia iniciática, que relato en el capítulo siguiente.

21. Casado y refugiado en la Universidad del Salvador

Entre diciembre y marzo de 1975-1976, al mismo tiempo que hacía investigación en antropología biológica experimental becado en la Fundación Antropológica Argentina, tuve un contrato como consultor en la Dirección Nacional de Investigaciones Culturales. Durante los pocos meses que duró dicho contrato (que fue interrumpido abruptamente por el golpe militar), diseñé y comencé a ejecutar el proyecto de "Primer Congreso de la Cultura del Extremos Sur Argentino". Para ello, en marzo viajé a Chubut, Santa Cruz y Tierra del Fuego. Al volver a Buenos Aires, el golpe ya estaba en marcha.

Pocos días después, se consumaba. Y así terminó el que sería por años mi único trabajo rentado para el Estado. Volví a la actividad privada.

A mediados del año anterior, una querida compañera, Ana Fernández (cuyos tíos eran concesionarios del restaurant del Buenos Aires Lawn Tennis Club de Belgrano, donde yo solía ir a paliar mi hambre de estudiante sin dinero) me empezó a pasar alumnos particulares. Ella era maestra en una escuela privada muy cara de San Isidro y me puso en contacto con padres que la adoraban de hijos que la adoraban también. Esos padres no solamente tuvieron la gentileza de contratarme (con muy buena remuneración) para darles clases particulares a sus hijos, sino que me recoemendaban a otros. Esos padres fueron, básicamente, Jorge y Nora Aslan (padres de mi hoy querido amigo y gran músico Pablo Aslan) y Yiyo y Rosana Starc (padres de los fantásticos hermanos Daniel y Andrés Starc).

Así, luego del golpe, retomé rápidamente los contactos en San Isidro y comencé una actividad de docente particular, preparando alumnos de escuela primaria, secundaria e incluso materias de la Universidad, hasta al menos 1981. Esto me daba bastante plata y, además, las clases eran a domicilio, lo cual implicaba compartir buenos almuerzos, meriendas y cenas con la familia. Además, algunas casas tenían pileta! Mi calidad de vida iba en ascenso.

Mientras tanto, iba recibiendo noticias espantosas. Un día me encontré en Callao y Corrientes con Ana Rubén, una estudiante de antropología que era amiga y compañera de Ada Solari, que había tenido un breve romance conmigo. Ambas eran militantes de la Juventud Universitaria Peronista, y se habían mantenido allí luego del pase a clandestinidad de Montoneros. Ana me contó que el abuelo de Ada la había sacado del país y que ella estaba viendo qué hacía, porque estaban todos muy arrinconados. Esa y otras situaciones me hicieron decidir salirme rapidamente de los lugares donde había estado circulando hasta el golpe.

Por empezar, cambiar de vivienda -y de barrio- Yo había estado viviendo en 1975 en Callao y Lavalle, en un departamento que mi viejo alquilaba desde hacía unos 30 años, y que se mantenía con un monto de alquiler muy bajo, gracias a la "Ley de Alquileres" que tenía vigencia desde hacía décadas. Rosalía González, la madre de Daniel González (entonces joven estudiante de antropología con el cual nos habíamos hecho muy amigos), me prestó entonces una casa en el barrio de Tapiales, afuera de la Ciudad de Buenos Aires. Ella había vivido allí por años, antes de mudarse a una casa más pequeña, con su marido. Allí, los vecinos me conocían como "el ahijado de Rosalía", y yo me sentía completamente contenido. Conmigo vivían en la casa María Flores -mi entonces pareja- y Daniel. Rápidamente, el cuadro se completó con un casamiento que dio un marco completamente apropiado y cuadradito a la situación. En esa casa vivían "el ahijado de Rosalía y su esposa".

Durante 1976 terminé las monografías que me faltaban para completar la carrera de Antropología. En 1977, mi amigo Eugenio Carutti me consiguió trabajo en la Universidad de Salvador, donde se había refugiado un numerosos contingente de ex Guardia de Hierro y ex Juventud Peronista Lealtad. Por un acuerdo entre GH -que ya había sido "disuelta" por Alejandro Álvarez, su líder histórico, pero que que seguía existiendo de hecho (¿hasta hoy?)- y Bergoglio -entonces Provincial de la Compañía de Jesús (los "Jesuítas") en la Argentina-, un equipo de Guardia se había hecho cargo de la Universidad, encabezado por Cacho Piñón (como Rector), secundado por Jorge Armas (Secretario General) y acompañado por un nutrido grupo de graduados universitarios de Guardia, JPLealtad y peronistas de otras sectas, que no teníamos la más mínima posibilidad de permanecer en la Universidad.

Yo tuve trabajo como Auxiliar docente en la Cátedra que dictaba Eugenio (Epistemología de las Ciencias Sociales), donde luego fui designado Profesor Adjunto e introduje la enseñanza de la obra de Thomas Kuhn (y su Epistemología de Paradigmas y Revoluciones Científicas). También fui Profesor Adjunto en la materia "Sistemas Políticos y Sociales Contemporáneos), que dictaba Jorge Armas en la Facultad de Ciencias de la Educación y de la Comunicación Social. Además, me dieron un contrato como investigador, para completar mis ingresos, que yo usaba para dedicarle tiempo a mis incipientes actividades como antropólogo social de la puna (ver capítulo siguiente), así como a organizar un equipo de reflexión sobre la ciencia, en el cual participaban Eugenio Carutti, Graciela Lemoine (geógrafa), Amelia Podetti (filósofa) ý varios científicos peronistas de la Faculta de Ciencias Exactas y Naturales de la Universidad de Buenos Aires, entre los cuales recuerdo especialmente a los biólogos Jorge Affani y Juan Carlos Giacchi. Durante mi desempeño como investigador, también organicé un microprograma que denominé IRNAS (Investigación de las Relaciones entre Naturaleza y Sociedad), en cuyo marco funcionó -entre otras actividades- un Proyecto sobre Ecología de la Laguna de Lobos, que llevaron adelante tres alumnos avanzados de la Licenciatura en Biología de la UBA: Rodolfo Tecchi, Javier García Fernández y Jorge Etcharrán. Con los dos primeros seguí vinculado durante varios años más.

20. Mis primeros pasos en la ciencia: antropología biológica experimental

Jorge Merenzon: El metalúrgico de Flores al sur

Durante el primer semestre de 1975, como tenía que aprobar alguna materia optativa, elegí Geología. Resultaban tan poco atractivas las materias propias de ciencias sociales, que elegí ésta -aunque los que la cursaban eran los estudiantes que se interesaban por la arqueología y yo para entonces, por influencia de Rodolfo Merlino, ya estaba decidiendo optar por la Antropología Social-. Además, me pareció que dedicarme un poco a los minerales iba a completar un poco más mi formación sobre el mundo de los objetos; y que los procesos y estructuras geológicas eran un tema clave para entender al estructuralismo de Claude Lévi Strauss. Por otro lado, la profesora -Paulina Quarleri- aceptaba recibir en sus clases alumnos libres y nos permitía rendir parciales -y de paso aprender para el final-, cosa que no sucedía en todas las materias. Y como uno no se podía inscribir en más de tres materias como alumno regular, con este medio conseguía ir haciendo algunas materias más, para acercarme al objetivo de recibirme lo antes posible y escaparme de la Universidad, que ya parecía un medio cada vez más insalubre.

La materia me resulto muy formativa, como yo esperaba. Pero, además, allí conocí a un personaje extraordinario, que se llamaba Jorge Merenzon. Jorge era un tipo mayor que la mayoría de nosotros -calculo que tendría unos cuarenta y cinco a cincuenta años. El tipo se había chamuyado a la profe y consiguió que ella le asignara la actividad de llevar las muestras de minerales de no sé que depósito en la Facultad a la clase. Eso nos permitía a Jorge y a mí -y a algún otro u otra que no recuerdo exactamente-, quedarnos un tiempo con los trozos de mineral, familiarizarnos con ellos y saber de qué era cada uno. Como parte del conocimiento que evaluaba Paulina era el reconocimiento de los minerales, esto nos ayudó muchísimo.

En medio de la amistad y la complicidad con Jorge Merenzon, me enteré que él era un pequeño empresario metalúrgico, que había organizado una Fundación (la Fundación Antropológica Argentina) y la había instalado en su taller metalúrgico de la calle Zañartú, en Flores Sur.

La Fundación Antropológica Argentina

En la Fundación, había instalado ya un grupo de investigación en arqueología, liderado por Luis Orquera y donde participaban también -entre otros- Alicia Tapia y Ernesto Piana. Estaba también un equipo de etnohistoria, liderado por Ciro René Lafón. Y un laboratorio de palinología, aplicada a la arqueología, a cargo de Carlos Azcuy.

Cada uno de los grupos tenía financiamiento para hacer investigación. El laboratorio de palinología, un equipamiento de avanzada. El grupo de arqueología, dinero para hacer campañas de investigación a Tierra del Fuego (no debía ser nada barato, considerando el precio de los pasajes en avión y de las largas estadías de un grupo de personas). La gente que trabajaba en investigación -y eran unos cuantos- recibía una remuneración mensual bajo la forma de beca.

A todo ello, se sumó un laboratorio de Antropología Biológica Experimental, al cual fuimos convocados Alejandro Núñez Prins (con el cual yo había trabajado como ayudante en su cátedra de Antropología Biológica el año anterior), otro alumno de Alejandro -Renato Scaglione- y yo. El grupo era supervisado por otro profesor que yo conocí allí. Era de La Plata, se llamaba Héctor Pucciarelli, y venía con dos alumnas. Héctor usaba el método y las técnicas de antropología biológica experimental -que contrastaba hipótesis de interés bioantropológico mediante diseños experimentales que usaban como sujeto a ratas Wistar- que había tomadodel bioantropólogo norteamericano Alphonse Riesenfeld y la aplicó en la Fundación gracias a la generosidad y capacidad organizativa de Jorge Merenzon. Y también a su interés por el aprendizaje de la ciencia. Yo le pregunté un día a Jorge por qué empleaba tanto tiempo, esfuerzo y dinero en la Fundación. Me contestó que para él era un privilegio poder aprender de equipos tan formidables y activos.

Maravilloso.Y yo tuve la oportunidad de aprender, en vivo y en directo, el método experimental en la ciencia. Además, cobrando una beca por ello. Realicé un estudio experimental acerca del efecto del hacinamiento sobre el crecimiento, producto del cual fue una presentación en un Congreso científico: el de Arqueología en San Rafael, en 1976, donde organizamos una mesa redonda con los resultados del trabajo de nuestro equipo, que fueron publicados en las Actas del Congreso. Esta fue mi primera presentación en casi ochenta eventos a lo largo de mi carrera científica posterior y la primera de mis más de sesenta publicaciones científicas. El artículo fue realizado con el apoyo de la abundante bibliografía que yo obtenía entonces gracias a mi posición en la Universidad del Salvador (ver capítulo siguiente). Renato realizó un estudio experimental sobre el efecto de las radiaciones ultravioletas en el crecimiento. Y las dos chicas, sobre el efecto de las deformaciones craneanas intencionales, un tema de estrecha relación con la arqueología americana. Héctor Pucciarelli siguió aplicando el metodo y la técnica - y continúa haciéndolo y formando discípulos sobre el tema hasta nuestros días, como lo ponen en evidencia las tesis doctorales por él dirigidas y aprobadas en 1997 y en 2004.

La arqueología de los canales fueguinos, tal como hoy existe, no podría existir sin la Fundación Antropológica Argentina, que organizó expediciones y trabajo de campo en los sitios de Lancha Packewaia y Túnel. No he encontrado ninguna otra mención en Internet sobre la Fundación Antropológica Argentina, -salvo la de mi propio Curriculum Vitae-.

19. En el camino a la antropología social y cultural con Rodolfo Merlino

En 1975, con la Universidad nuevamente abierta y sus claustros limpiados de política por medio de la fuerza y la intimidación, mientras el país real estaba completamente convulsionado y ensangrentado, me inscribí en todas las materias que pude, con la idea de terminar mis estudios ese año, cosa que prácticamente conseguí.

Entre las materias que cursé, estaba el Seminario de Folklore, a cargo de Rodolfo Merlino. Rodolfo era un abogado conservador, muy estudioso, uno de los pocos profesores que tenían una mirada seria de la práctica antropológica, especialmente en lo que hace a su valorización del trabajo de campo. Nos hizo participar de una bella experiencia educativa, donde ilustraba con muy buenas diapositivas su presentación de la cultura de la Puna argentina.

A partir de ese Seminario, Rodolfo y yo iniciamos una experiencia de colaboración y trabajo conjunto, mutuamente enriquecedora, que nos hizo compartir interminables -e inolvidables- horas de charlas alrededor del mate y la ginebra, en su amplia, rústica y confortable casa de Bella Vista, sentados delante del hogar o caminando por el amplio parque. Un par de años después, hicimos nuestro primer trabajo de campo juntos, de unos dos meses de duración, que replicamos cada año hasta 1981. Pero de estos viajes y sus resultados voy a hablar con más detalle dentro de tres o cuatro capítulos.

Mientras tanto, déjenme recordar ese año aburrido, trivial, con una Facultad que se había vuelto gris y donde habían retornado unos profesores que, además de fachos -como en general lo eran- resultaban profundamente anticuados, desactualizados y desangelados. Aparte de Merlino -que brillaba solitario-, de ninguna de las materias y seminarios que tuve que cursar y aprobar para terminar la Carrera guardo el más mínimo recuerdo interesante.

En cuanto a mis amigos, por entonces sufrí una terrible pérdida. "El flaco" Mario Ramos, el uruguayo que me había ayudado durante casi un año brindándome alojamiento y comida, que él y un compatriota pagaban con su trabajo, un día estaba tomando un café con una chica en la mesa de un bar, junto a una ventana. Se paró para ir al baño, o algo así. En ese momento, una tremenda explosión reventó en algún lugar del bar. La onda expansivo lo levanto al flaco, con tanta mala suerte que se lo llevo por la ventana y lo chocó de cabeza contra un poste de cemento de alumbrado público. Murió enseguida.

La bomba -dijeron después los policías que nos vinieron a joder durante el velorio del Flaco- la habría estado preparando en el bar una integrante de una organización armada -quien también murió ahí mismo-, y habría estado destinado al dirigente radical Ricardo Balbín.

Para entonces, yo ya estaba haciendo investigación en la Fundación Antropológica Argentina.

¿Qué quiere decir "autobiografía autorizada"?

Lo de "autorizada" quiere decir que el Mario Rabey biografiado autoriza al Mario Rabey autor a publicar todo lo que éste dice. De ninguna manera el biografiado se hace responsable por lo que dice el autor. En cuanto a lo que se dice de otras personas, no podemos dar (ni el biografiado ni el autor) ninguna seguridad de estar diciendo la "verdad". Es la escritura de recuerdos personales. De todos modos, cualquiera que quiera dejar de ser mencionado, que cambiemos lo que se dice, que agreguemos otras cosas, en fin, que modifiquemos los "hechos" aquí presentados, puede dejarnos un comentario al respecto.

Mario Rabey y Mario Rabey


Datos personales

Mi foto
El menor de los cuatro hijos de Benito Rabey y Dora Loyber, nací el 2 de abril de 1949. Trabajé desde los 16 años: asistente en un estudio jurídico (1966-1967), gerente de un grupo de industrias culturales –Manal, Mandioca, Mano Editora, Mambo Show- (1968-1970); artesano (1971-1972). Estudié Antropología en la Universidad de Buenos Aires (1972-1976); he sido docente e investigador universitario -desde ayudante de segunda hasta profesor titular, en diversas Universidades de Argentina y del extranjero, profesor de cursos de postgrado sobre ecología humana, evolución, multiculturalismo y estudios latinoamericanos, investigador científico , consultor en proyectos de organizaciones internacionales, nacionales, empresariales y sin fines de lucro. Formación Postdoctoral: Universidad de Texas en Austin - Comisión Fulbright (1990). Padre de cinco hijos: Pablo (34), Eva (32), Adriana (28), Lucía (26) y Nahuel (12).