(contra)memorias, por mario rabey


más de cuarenta años de construcción cultural de la Civilización, contra una Civilización que destruye y se destruye


contracultura es la reacción de las culturas

Otras historias

23. Un maestro: Don Valentín

Hay varias personas a las cuales estoy agradeciendo en estas (Contra)Memorias por lo que hicieron por mí a lo largo de mi vida.

Pero el agradecimiento más grande, por su contribución a mi desarrollo como ser humano, aunque también particularmente en lo que con­cierne al desarrollo de mi carrera de antropólogo, es hacia Valentín Pu­ca, quien me convirtió al biculturalismo. En una memorable mañana de agosto -el mes de la Pachamama- de 1977, me introdujo de una manera cariñosamente brusca en la cultura Coya. Yo había hecho un viaje, dirigido por Rodolfo Merlino, y junto con otro estudiante de antropología y hoy colega, José María Gerling. El viaje nos transportó, muy rápidamente, desde las llanuras del territo­rio normal de la Argentina hasta el escalón más alto de las altiplani­cies de la provincia de Jujuy.

En dos días, habíamos llegado a Mina Pirquitas, un poblado minero a más de cuatro mil metros de altitud. Allí, durante la noche, en pleno invierno, penetramos en el primer nivel de galerías para participar en un ritual al Tío, poderoso dueño de las profundi­dades y miembro, junto con la Pacha o Pachamama y Coquena, de la triada de seres potentes de la cosmovisión Coya.

Frí extremo, alcohol, trance y terror, con el culminante sacrificio de un toro, contra el cual se libró un com­bate ritual colectivo en las profundidades, fueron el preámbulo de mi caída, ya al día si­guiente, en el apunamiento. Esta es una enfermedad propia de las grandes alturas de la región, caracterizada por un pro­fundo y gene­ralizado malestar orgánico, con escasos sínto­mas diferenciables, entre los cuales un fortísimo dolor de cabeza y males­tar de estóma­go. Además, es un estado sumamente temido, especialmen­te por los visitantes de otras regiones, pero también por los pro­pios habitantes.

Cuando, al final de la senda transitable por vehículos automo­tores, descendimos del auto, comenzaron los que para mí fueron los cuatro kilómetros de caminata más penosos de mi vida, a lo largo de una pequeña quebrada donde se encontraba la casa principal de la familia (Merlino y Rabey 1979). Durante el recorrido, Don Valentín estuvo muy preocupado por mi estado.

Me hizo olfar varias veces jugo de inflorescen­cia fresca de pupusa (Wer­neria poposa), una de las plantas ca­racterísticas de la farma­copea nativa de puna alta (Rabey y Merlino 1985), sin conseguir más que un momen­táneo y demasiado suave alivio del mal. Al llegar a su casa, luego de in­dicarnos la habitación donde nos alojaríamos esos días, me lle­vó a un costado de la casa, iluminado por el sol, donde me dijo: "a usted lo agarró la Pacha". Recuerdo vívidamente que, en ese momen­to, mi angustia se acentuó.

Don Valentín, sin embargo, tenía una respuesta explicativa y práctica. "Usted no ha respetado a la Pachamama, no ha creído en ella”. Ante mi actitud perpleja, agregó: “cuando alguien falta el respeto a la Pacha, lo pilla [lo agarra]". Inmediatamente, hizo un pequeño hoyo en la tierra arenosa, sacó una bolsita con hojas de coca y me dijo: "vamos a pedirle a la Mamita que lo suelte". Invitándome a repetir sus gestos y sus palabras, me enseño los gestos básicos del ritual -y también comenzó mi inicia­ción en la cultura Coya, a través del culto a la Pachamama-:

"Pachamama, Santa Tierra, cusiya, cusiya,
protégeme, Pachamama,
no me pilles ..."

A los pocos minutos, me sentía perfectamente bien y estaba co­rriendo por los cerros, como si nada hubiera sucedido. En esos días, subimos hasta los 4.700 m de altura, donde se encuentra el puesto de pastoreo de estación seca de la familia (Rabey 1989b). Durante todo el viaje, no apareció ninguna señal de apunamiento, ni del asma que me azotaba des­de los quince años.

Un mes después, de regreso a Buenos Aires, la ex­traña sensación de la conversión a un culto indígena y de la cu­ra­ción por medios no occidentales que había tenido casi simultánea­men­te habían casi desaparecido. Sin embargo, mi historia posterior me mostró que había adquirido la capacidad de elegir -o acep­tar la elección- de la vía cul­tural adecuada -la coya o la "oc­ci­dental"- en cada bifurcación de mi camino profesional y personal.

Ninguna otra experiencia -y mucho menos ningún conjunto de in­formaciones- me hubiera provisto de un marco referencial más adecua­do para comprender la densa trama emocional en la cual se inscri­be, en términos concretos, el culto de la Pachamama. La terrible sensación de contacto con la muerte y la transición casi ins­tantánea entre el malestar más completo y el bienestar pleno me permi­tieron entender qué es lo que los coyas piden a la Pachamama, con­tra qué le piden que los proteja y en qué consisten las angustias y temores que constituyen el núcleo emocional de sus creencias y ri­tuales.

Ninguna aproximación clásica y objetivista -fuera ésta de raíz durkheimiana, marxis­ta o alguna combinación post/moderna de ambas- me hubiera permitido el nivel de comprensión que desencadenó en mí esta brusca incorpora­ción al mundo de la experiencia subjetiva Coya y, especialmente, de la eficacia simbólica de sus procedimientos.

Es curioso que, aun cuando esta experiencia hubiese quedado pro­fundamente anclada en mi memoria, recién quince años después comencé a reflexionar sobre la influencia que ejerció en mis primeros años de producción antropológica -entre 1979 y 1986-, en gran parte junto con Rodolfo Merlino.

Una obvia referencia a mi idea actual acerca de este proceso de comprensión es el que presenta Rosaldo (1988) en el primer capítulo de “Cultura y Verdad”, cuando relata cómo la muerte por accidente de su entonces mujer, mientras ambos caminaban por una senda montañosa en las Filipinas, le hizo entender el proceso de dolor que, según los Ilongot, los lleva a salir en expediciones de caza de cabezas. Mi caso parece un poco más agudo, por cuanto el tema que producía la emoción estaba directamente significado en términos de la cultura local. De todos modos, del mismo modo en que Rosaldo hubiera podido semantizar la muerte de su esposa en términos de una racionalización más occidental, yo hubiera podido racionalizar mi fuerte malestar en términos de explicaciones biológicas que conocía -el “mal de altura”-. Pero ello no me hubiera sido muy útil, porque no tenía medicina occidental a mano.

Bibliografía citada

Merlino, R. y M. A. Rabey, 1979 . El ciclo agrario-ritual en la puna argentina. Relaciones de la Sociedad Argentina de Antropología, 12: 47-70.

Merlino, R. J. y M. A. Rabey, 1985. Ecología cultural de la puna argentina: la estructura de los ecosistemas. Actas del IV Congreso Internacional de Camélidos Sudamericanos: 219-268.

Rabey, M. 1989. Are llama-herders in the south Central Andes true pastor­al­ists? En J. Clutton-Brock (ed.), The walking larder: pat­terns of pre­dation, pastoralism and domestication: 269-276. London: Unwin Hyman.

Rosaldo, R. 1988. Culture and truth: the remaking of social analysis. Boston: Beacon Press.

22. Antropología de la puna con Rodolfo Merlino

Mientras me ganaba la vida (enseñando, investigando y organizando otras actividades en la Universidad del Salvador, actividades que combinaba con la enseñanza particular) y empezaba a armar una familia, en 1977 comencé a realizar trabajo de campo antropológico en los Andes.

Los primeros trabajos de campo fueron con Rodolfo Merlino. Y junto con él escribimos casi diez artículos que publicamos en diversas revistas científicas y libros. Estos trabajos, junto con varios artículos que escribió Rodolfo junto con Mario Sánchez Proaño, y otros que escribí yo, establecieron el conocimiento moderno acerca de las culturas andinas del noroeste argentino.

Con Rodolfo y Mario hicimos dos trabajos de campo memorables.

El primero de esos trabajos, donde también participó José María Gerling, fue en 1977 (entonces estaba en la Universidad del Salvador, cuya Secretaría de Investigación y Posgrado me otorgó para ello mi primer subsidio de investigación). Estuvimos dos meses en la Puna de Jujuy. Allí trabajamos en varios lugares, aunque el sitio clave fue la "Quebrada de Don Valentín", un nombre que le dimos nosotros a la zona habitada por don Valentín Puca y su familia.

En ese lugar, tuve una experiencia iniciática, que relato en el capítulo siguiente.

21. Casado y refugiado en la Universidad del Salvador

Entre diciembre y marzo de 1975-1976, al mismo tiempo que hacía investigación en antropología biológica experimental becado en la Fundación Antropológica Argentina, tuve un contrato como consultor en la Dirección Nacional de Investigaciones Culturales. Durante los pocos meses que duró dicho contrato (que fue interrumpido abruptamente por el golpe militar), diseñé y comencé a ejecutar el proyecto de "Primer Congreso de la Cultura del Extremos Sur Argentino". Para ello, en marzo viajé a Chubut, Santa Cruz y Tierra del Fuego. Al volver a Buenos Aires, el golpe ya estaba en marcha.

Pocos días después, se consumaba. Y así terminó el que sería por años mi único trabajo rentado para el Estado. Volví a la actividad privada.

A mediados del año anterior, una querida compañera, Ana Fernández (cuyos tíos eran concesionarios del restaurant del Buenos Aires Lawn Tennis Club de Belgrano, donde yo solía ir a paliar mi hambre de estudiante sin dinero) me empezó a pasar alumnos particulares. Ella era maestra en una escuela privada muy cara de San Isidro y me puso en contacto con padres que la adoraban de hijos que la adoraban también. Esos padres no solamente tuvieron la gentileza de contratarme (con muy buena remuneración) para darles clases particulares a sus hijos, sino que me recoemendaban a otros. Esos padres fueron, básicamente, Jorge y Nora Aslan (padres de mi hoy querido amigo y gran músico Pablo Aslan) y Yiyo y Rosana Starc (padres de los fantásticos hermanos Daniel y Andrés Starc).

Así, luego del golpe, retomé rápidamente los contactos en San Isidro y comencé una actividad de docente particular, preparando alumnos de escuela primaria, secundaria e incluso materias de la Universidad, hasta al menos 1981. Esto me daba bastante plata y, además, las clases eran a domicilio, lo cual implicaba compartir buenos almuerzos, meriendas y cenas con la familia. Además, algunas casas tenían pileta! Mi calidad de vida iba en ascenso.

Mientras tanto, iba recibiendo noticias espantosas. Un día me encontré en Callao y Corrientes con Ana Rubén, una estudiante de antropología que era amiga y compañera de Ada Solari, que había tenido un breve romance conmigo. Ambas eran militantes de la Juventud Universitaria Peronista, y se habían mantenido allí luego del pase a clandestinidad de Montoneros. Ana me contó que el abuelo de Ada la había sacado del país y que ella estaba viendo qué hacía, porque estaban todos muy arrinconados. Esa y otras situaciones me hicieron decidir salirme rapidamente de los lugares donde había estado circulando hasta el golpe.

Por empezar, cambiar de vivienda -y de barrio- Yo había estado viviendo en 1975 en Callao y Lavalle, en un departamento que mi viejo alquilaba desde hacía unos 30 años, y que se mantenía con un monto de alquiler muy bajo, gracias a la "Ley de Alquileres" que tenía vigencia desde hacía décadas. Rosalía González, la madre de Daniel González (entonces joven estudiante de antropología con el cual nos habíamos hecho muy amigos), me prestó entonces una casa en el barrio de Tapiales, afuera de la Ciudad de Buenos Aires. Ella había vivido allí por años, antes de mudarse a una casa más pequeña, con su marido. Allí, los vecinos me conocían como "el ahijado de Rosalía", y yo me sentía completamente contenido. Conmigo vivían en la casa María Flores -mi entonces pareja- y Daniel. Rápidamente, el cuadro se completó con un casamiento que dio un marco completamente apropiado y cuadradito a la situación. En esa casa vivían "el ahijado de Rosalía y su esposa".

Durante 1976 terminé las monografías que me faltaban para completar la carrera de Antropología. En 1977, mi amigo Eugenio Carutti me consiguió trabajo en la Universidad de Salvador, donde se había refugiado un numerosos contingente de ex Guardia de Hierro y ex Juventud Peronista Lealtad. Por un acuerdo entre GH -que ya había sido "disuelta" por Alejandro Álvarez, su líder histórico, pero que que seguía existiendo de hecho (¿hasta hoy?)- y Bergoglio -entonces Provincial de la Compañía de Jesús (los "Jesuítas") en la Argentina-, un equipo de Guardia se había hecho cargo de la Universidad, encabezado por Cacho Piñón (como Rector), secundado por Jorge Armas (Secretario General) y acompañado por un nutrido grupo de graduados universitarios de Guardia, JPLealtad y peronistas de otras sectas, que no teníamos la más mínima posibilidad de permanecer en la Universidad.

Yo tuve trabajo como Auxiliar docente en la Cátedra que dictaba Eugenio (Epistemología de las Ciencias Sociales), donde luego fui designado Profesor Adjunto e introduje la enseñanza de la obra de Thomas Kuhn (y su Epistemología de Paradigmas y Revoluciones Científicas). También fui Profesor Adjunto en la materia "Sistemas Políticos y Sociales Contemporáneos), que dictaba Jorge Armas en la Facultad de Ciencias de la Educación y de la Comunicación Social. Además, me dieron un contrato como investigador, para completar mis ingresos, que yo usaba para dedicarle tiempo a mis incipientes actividades como antropólogo social de la puna (ver capítulo siguiente), así como a organizar un equipo de reflexión sobre la ciencia, en el cual participaban Eugenio Carutti, Graciela Lemoine (geógrafa), Amelia Podetti (filósofa) ý varios científicos peronistas de la Faculta de Ciencias Exactas y Naturales de la Universidad de Buenos Aires, entre los cuales recuerdo especialmente a los biólogos Jorge Affani y Juan Carlos Giacchi. Durante mi desempeño como investigador, también organicé un microprograma que denominé IRNAS (Investigación de las Relaciones entre Naturaleza y Sociedad), en cuyo marco funcionó -entre otras actividades- un Proyecto sobre Ecología de la Laguna de Lobos, que llevaron adelante tres alumnos avanzados de la Licenciatura en Biología de la UBA: Rodolfo Tecchi, Javier García Fernández y Jorge Etcharrán. Con los dos primeros seguí vinculado durante varios años más.

20. Mis primeros pasos en la ciencia: antropología biológica experimental

Jorge Merenzon: El metalúrgico de Flores al sur

Durante el primer semestre de 1975, como tenía que aprobar alguna materia optativa, elegí Geología. Resultaban tan poco atractivas las materias propias de ciencias sociales, que elegí ésta -aunque los que la cursaban eran los estudiantes que se interesaban por la arqueología y yo para entonces, por influencia de Rodolfo Merlino, ya estaba decidiendo optar por la Antropología Social-. Además, me pareció que dedicarme un poco a los minerales iba a completar un poco más mi formación sobre el mundo de los objetos; y que los procesos y estructuras geológicas eran un tema clave para entender al estructuralismo de Claude Lévi Strauss. Por otro lado, la profesora -Paulina Quarleri- aceptaba recibir en sus clases alumnos libres y nos permitía rendir parciales -y de paso aprender para el final-, cosa que no sucedía en todas las materias. Y como uno no se podía inscribir en más de tres materias como alumno regular, con este medio conseguía ir haciendo algunas materias más, para acercarme al objetivo de recibirme lo antes posible y escaparme de la Universidad, que ya parecía un medio cada vez más insalubre.

La materia me resulto muy formativa, como yo esperaba. Pero, además, allí conocí a un personaje extraordinario, que se llamaba Jorge Merenzon. Jorge era un tipo mayor que la mayoría de nosotros -calculo que tendría unos cuarenta y cinco a cincuenta años. El tipo se había chamuyado a la profe y consiguió que ella le asignara la actividad de llevar las muestras de minerales de no sé que depósito en la Facultad a la clase. Eso nos permitía a Jorge y a mí -y a algún otro u otra que no recuerdo exactamente-, quedarnos un tiempo con los trozos de mineral, familiarizarnos con ellos y saber de qué era cada uno. Como parte del conocimiento que evaluaba Paulina era el reconocimiento de los minerales, esto nos ayudó muchísimo.

En medio de la amistad y la complicidad con Jorge Merenzon, me enteré que él era un pequeño empresario metalúrgico, que había organizado una Fundación (la Fundación Antropológica Argentina) y la había instalado en su taller metalúrgico de la calle Zañartú, en Flores Sur.

La Fundación Antropológica Argentina

En la Fundación, había instalado ya un grupo de investigación en arqueología, liderado por Luis Orquera y donde participaban también -entre otros- Alicia Tapia y Ernesto Piana. Estaba también un equipo de etnohistoria, liderado por Ciro René Lafón. Y un laboratorio de palinología, aplicada a la arqueología, a cargo de Carlos Azcuy.

Cada uno de los grupos tenía financiamiento para hacer investigación. El laboratorio de palinología, un equipamiento de avanzada. El grupo de arqueología, dinero para hacer campañas de investigación a Tierra del Fuego (no debía ser nada barato, considerando el precio de los pasajes en avión y de las largas estadías de un grupo de personas). La gente que trabajaba en investigación -y eran unos cuantos- recibía una remuneración mensual bajo la forma de beca.

A todo ello, se sumó un laboratorio de Antropología Biológica Experimental, al cual fuimos convocados Alejandro Núñez Prins (con el cual yo había trabajado como ayudante en su cátedra de Antropología Biológica el año anterior), otro alumno de Alejandro -Renato Scaglione- y yo. El grupo era supervisado por otro profesor que yo conocí allí. Era de La Plata, se llamaba Héctor Pucciarelli, y venía con dos alumnas. Héctor usaba el método y las técnicas de antropología biológica experimental -que contrastaba hipótesis de interés bioantropológico mediante diseños experimentales que usaban como sujeto a ratas Wistar- que había tomadodel bioantropólogo norteamericano Alphonse Riesenfeld y la aplicó en la Fundación gracias a la generosidad y capacidad organizativa de Jorge Merenzon. Y también a su interés por el aprendizaje de la ciencia. Yo le pregunté un día a Jorge por qué empleaba tanto tiempo, esfuerzo y dinero en la Fundación. Me contestó que para él era un privilegio poder aprender de equipos tan formidables y activos.

Maravilloso.Y yo tuve la oportunidad de aprender, en vivo y en directo, el método experimental en la ciencia. Además, cobrando una beca por ello. Realicé un estudio experimental acerca del efecto del hacinamiento sobre el crecimiento, producto del cual fue una presentación en un Congreso científico: el de Arqueología en San Rafael, en 1976, donde organizamos una mesa redonda con los resultados del trabajo de nuestro equipo, que fueron publicados en las Actas del Congreso. Esta fue mi primera presentación en casi ochenta eventos a lo largo de mi carrera científica posterior y la primera de mis más de sesenta publicaciones científicas. El artículo fue realizado con el apoyo de la abundante bibliografía que yo obtenía entonces gracias a mi posición en la Universidad del Salvador (ver capítulo siguiente). Renato realizó un estudio experimental sobre el efecto de las radiaciones ultravioletas en el crecimiento. Y las dos chicas, sobre el efecto de las deformaciones craneanas intencionales, un tema de estrecha relación con la arqueología americana. Héctor Pucciarelli siguió aplicando el metodo y la técnica - y continúa haciéndolo y formando discípulos sobre el tema hasta nuestros días, como lo ponen en evidencia las tesis doctorales por él dirigidas y aprobadas en 1997 y en 2004.

La arqueología de los canales fueguinos, tal como hoy existe, no podría existir sin la Fundación Antropológica Argentina, que organizó expediciones y trabajo de campo en los sitios de Lancha Packewaia y Túnel. No he encontrado ninguna otra mención en Internet sobre la Fundación Antropológica Argentina, -salvo la de mi propio Curriculum Vitae-.

19. En el camino a la antropología social y cultural con Rodolfo Merlino

En 1975, con la Universidad nuevamente abierta y sus claustros limpiados de política por medio de la fuerza y la intimidación, mientras el país real estaba completamente convulsionado y ensangrentado, me inscribí en todas las materias que pude, con la idea de terminar mis estudios ese año, cosa que prácticamente conseguí.

Entre las materias que cursé, estaba el Seminario de Folklore, a cargo de Rodolfo Merlino. Rodolfo era un abogado conservador, muy estudioso, uno de los pocos profesores que tenían una mirada seria de la práctica antropológica, especialmente en lo que hace a su valorización del trabajo de campo. Nos hizo participar de una bella experiencia educativa, donde ilustraba con muy buenas diapositivas su presentación de la cultura de la Puna argentina.

A partir de ese Seminario, Rodolfo y yo iniciamos una experiencia de colaboración y trabajo conjunto, mutuamente enriquecedora, que nos hizo compartir interminables -e inolvidables- horas de charlas alrededor del mate y la ginebra, en su amplia, rústica y confortable casa de Bella Vista, sentados delante del hogar o caminando por el amplio parque. Un par de años después, hicimos nuestro primer trabajo de campo juntos, de unos dos meses de duración, que replicamos cada año hasta 1981. Pero de estos viajes y sus resultados voy a hablar con más detalle dentro de tres o cuatro capítulos.

Mientras tanto, déjenme recordar ese año aburrido, trivial, con una Facultad que se había vuelto gris y donde habían retornado unos profesores que, además de fachos -como en general lo eran- resultaban profundamente anticuados, desactualizados y desangelados. Aparte de Merlino -que brillaba solitario-, de ninguna de las materias y seminarios que tuve que cursar y aprobar para terminar la Carrera guardo el más mínimo recuerdo interesante.

En cuanto a mis amigos, por entonces sufrí una terrible pérdida. "El flaco" Mario Ramos, el uruguayo que me había ayudado durante casi un año brindándome alojamiento y comida, que él y un compatriota pagaban con su trabajo, un día estaba tomando un café con una chica en la mesa de un bar, junto a una ventana. Se paró para ir al baño, o algo así. En ese momento, una tremenda explosión reventó en algún lugar del bar. La onda expansivo lo levanto al flaco, con tanta mala suerte que se lo llevo por la ventana y lo chocó de cabeza contra un poste de cemento de alumbrado público. Murió enseguida.

La bomba -dijeron después los policías que nos vinieron a joder durante el velorio del Flaco- la habría estado preparando en el bar una integrante de una organización armada -quien también murió ahí mismo-, y habría estado destinado al dirigente radical Ricardo Balbín.

Para entonces, yo ya estaba haciendo investigación en la Fundación Antropológica Argentina.

18. Estudiando antropología en medio de la tercera guerra mundial en Argentina

Argentina, de alguna manera, parecía una adaptación de la escena argelina retratada en la película "La batalla de Argel", escena que había tenido lugar en Argelia unos quince años antes. La diferencia era que Algeria era una colonia francesa y nosotros un país neocolonial, de capitalismo dependiente. Y entonces, que las fuerzas armadas represoras -que en Argelia eran francesas- en Argentina eran argentinas.

Otra diferencia era que los imperios coloniales prácticamente habían desaparecido, y quedaban de ellos solamente algunos pocos fragmentos. La escena internacional estaba completamente dominada por los Estados Unidos y por la Unión Soviética, que disputaban el dominio mundial, sumidas en la llamada "Guerra Fría". Y la disputa no llegó a generar nunca una conflagración abierta entre las dos superpotencias (con sus respectivos aliados). Si hubiera sucedido, seguramente no estaría escribiendo esto -al menos por medio de Internet-. Hubiera sido la guerra atómica. Raro estar diciendo "guerra atómica" en 2007: pero en los '70 y los '80, era una posibilidad cierta. En Europa había una paranoia bastante generalizada al respecto. En toda Europa y USA había abundantes refugios y dispositivos de escape antiatómicos.

Pero en los países de América del sur y central, en África y Asia, casi nadie estaba temiendo a la Tercera Gerra Mundial. Sencillamente la estábamos padeciendo. Las superpotencias la libraban a través nuestro. Y entonces, nuestras fuerzas armadas (acompañadas por sus aliados civiles)estaban muy activas cazando comunistas y otros subversivos: lo que ellos llamaban "comunistas" y "subversivos".

Bueno, en medio de esa barahúnda yo estudiaba antropología. Con los muchachos del FEN de antropología y otros que estaban en la JUP (la agrupación estudiantil universitaria que respondía a la JP de la Tendencia Revolucionaria / Montoneros), entre los cuales recuerdo especialmente a Mariano Garreta, Ricardo Santillán Güemes ("Pilón") y su mujer ("Pilona"), y el memorable "Loco" Arturo Sala, fundamos el Centro de Movilización Cultural "Tupac Amaru". Estos últimos, al año siguiente, ya siendo Presidente Juan Perón, y luego de que éste reconviniera públicamente en Plaza de Mayo a la Tendencia / Montoneros ("esos estúpidos que gritan") -y ellos se retiraran entonces de la Plaza-, formaron parte del desmembramiento de la Tendencia que dio lugar a la "Juventud Peronista Lealtad"

En ese año, Alejandro Núñez Prins, el Profesor a cargo de la materia Antropología Física -que correctamente él llamaba "Antropología Biológica", me hizo designar ayudante ad honorem. Ya tenía dos ayudantes rentados, uno de los cuales, entonces militante del FEN, tuvo el gesto solidario de compartir su renta conmigo: se llamaba Andrés Rodríguez Larrea, y hace un par de décadas o más que usa solamente su primer apellido, es el actual Secretario General de UPCN.

Poco tiempo después, el 1º de julio de 1974, muere Perón, asume Isabel, que designa Ministro de Educación a Ivanissevich y Rector de la Universidad de Buenos Aires a Ottalagano. Este, a su vez, pone de Decano de Filosofía y Letras a un personaje increíble, el "presbítero" Raúl Sánchez Abelenda, al cual encontré y conocí en esos días en un ascensor del viejo edificio de la calle 25 de mayo al docientos, donde funcionaban los institutos de investigación de la Facultad de Filosofía y Letras. Él estaba vestido con una sotana que, en el recuerdo, me parece que estaba vieja y lustrosa. Llevaba un incensario encendido en la mano. Yo lo saludé y le pregunté "¿qué está haciendo, padre". Él me contestó: "exorcizando de comunistas".

La Universidad fue cerrada por un semestre. Los profesores que habían perdido sus posiciones en los comienzos del segundo peronismo fueron reinstalados. Entre ellos, Josefina Patti de Martínez Soler, la vieja profesora de "Antropología Física", que desplazó a Alejandro Núñez Prins y su moderna "Antropología Biológica". Por supuesto, yo dejé de ser Ayudante de Cátedra. Durante el cuatrimestre en que estuvo cerrada la Facultad, preparé cinco materias, cuyos exámenes rendí como alumno libre entre diciembre y marzo.

¿Qué quiere decir "autobiografía autorizada"?

Lo de "autorizada" quiere decir que el Mario Rabey biografiado autoriza al Mario Rabey autor a publicar todo lo que éste dice. De ninguna manera el biografiado se hace responsable por lo que dice el autor. En cuanto a lo que se dice de otras personas, no podemos dar (ni el biografiado ni el autor) ninguna seguridad de estar diciendo la "verdad". Es la escritura de recuerdos personales. De todos modos, cualquiera que quiera dejar de ser mencionado, que cambiemos lo que se dice, que agreguemos otras cosas, en fin, que modifiquemos los "hechos" aquí presentados, puede dejarnos un comentario al respecto.

Mario Rabey y Mario Rabey


Datos personales

Mi foto
El menor de los cuatro hijos de Benito Rabey y Dora Loyber, nací el 2 de abril de 1949. Trabajé desde los 16 años: asistente en un estudio jurídico (1966-1967), gerente de un grupo de industrias culturales –Manal, Mandioca, Mano Editora, Mambo Show- (1968-1970); artesano (1971-1972). Estudié Antropología en la Universidad de Buenos Aires (1972-1976); he sido docente e investigador universitario -desde ayudante de segunda hasta profesor titular, en diversas Universidades de Argentina y del extranjero, profesor de cursos de postgrado sobre ecología humana, evolución, multiculturalismo y estudios latinoamericanos, investigador científico , consultor en proyectos de organizaciones internacionales, nacionales, empresariales y sin fines de lucro. Formación Postdoctoral: Universidad de Texas en Austin - Comisión Fulbright (1990). Padre de cinco hijos: Pablo (34), Eva (32), Adriana (28), Lucía (26) y Nahuel (12).